Durante treinta años, un grupo de
científicos se dedicó a estudiar las colonias de monos que habitaban
diversas islas, separadas entre sí, en las inmediaciones de las costas
del Japón.
A fin de hacer que los monos bajaran de
los árboles para poder estudiarlos de cerca, los investigadores solían
arrojar boniatos en la playa a modo de cebo, y cuando los monos acudían a
saborear el almuerzo gratuito, tenían la ocasión de observarlos en
detalle cómodamente.
Un buen día, una mona de dieciocho meses
a la que llamaban Imo se acercó a lavar su boniato en el mar antes de
comérselo; supongo que sabía mejor limpio de arena o de pesticidas, o
quizá adquiría de ese modo un ligero gusto salado que resultaba
agradable al paladar.
Imo enseñó a hacer esto a sus compañeros de juegos y a su madre, sus compañeros se lo enseñaron a las suyas, y paulatinamente fueron cada vez más los monos que empezaron a lavar sus boniatos en lugar de comérselos rebozados en arena.
Al principio solo las hembras adultas, a
imitación de sus crías, aprendieron a hacerlo, pero poco a poco otros
aprendieron también.
Al cabo de un tiempo, los científicos se
dieron cuenta de que todos los monos de la isla lavaban sus boniatos
antes de llevárselos a la boca.
Pero, aún cuando éste era un hecho
significativo, fue aún más fascinante descubrir que aquella alteración
de la conducta no se había producido es esta isla únicamente, sino que,
de pronto, los monos de todas las demás islas habían empezado también a
lavar sus boniatos a pesar de que nunca había existido contacto directo
entre las colonias de monos de unas islas y otras.
El centésimo mono era el hipotético mono
que anónimamente había inclinado la balanza de forma decisiva para la
especie: aquel cuyo cambio de conducta significó que todos los monos, a
partir de este instante, lavarían los boniatos antes de comérselos.
A modo de alegoría, El centésimo mono
alienta la esperanza de que cuando un número decisivo de personas
transforme su actitud o su comportamiento, la cultura en su totalidad se
transformará.
Una sola persona podría completar la Masa Crítica, y desencadenar un nuevo conocimiento para toda la humanidad.
Lyall Watson, comparte su teoría en el libro: Lifetide: a biology of the
unconscious (La marea de la vida: una biología del inconsciente). Este autor escribió lo siguiente:
"Una vez se aprende a pensar en la vida de esta forma más
amplia, una vez que se puede resistir a la vieja tentación de dividir
las cosas en pequeñas piezas convenientes y totalmente artificiales,
algunas zonas de este rompecabezas que llamamos vida empiezan entonces a
ponerse en su sitio por propio acuerdo, estableciendo conexiones que,
de otra forma, son muy difíciles de ver. Rompemos las viejas
barreras de percepción y comprensión, como las divisiones –creadas por
nosotros- que hacemos entre plantas y animales, divisiones que nos
fuerzan a afirmar que la zoología y la botánica son disciplinas
separadas, que exigen diferentes profesores y diferentes departamentos
universitarios. Todo este asunto es ridículo".
No sé si es cierto, pero es hermoso. Puede que se trate de uan bella metáfora, pero reconozcamos que la humanidad ha hecho grandes cosas que han cambiado el rumbo de la historia basándose en suposiciones y creencias, es decir, teniendo fe, creo que es bueno pensar que cada uno de nosotros puede ser ese centésimo mono que provoque un cambio de conciencia bueno para los humanos y el planeta.
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